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Writer's pictureGloudina Greenacre

NIÑOS URBANOS EN EL BOSQUE

Updated: Jul 26, 2022

Hace un mes mi amiga Kjersti, periodista y fotógrafa de nacionalidad noruega, me pidió que colaborara en un gran proyecto de su blog. Mediante cartas de diferentes personas del mundo intentan visibilizar preocupaciones reales desde el trabajo y la vida de esas personas. Encantada, le escribí una sobre cómo me hice una amante de la naturaleza, y cómo pasé de liberar a animales a liberar a niños a la naturaleza. Los orígenes de Wild Me.


Aquí está el enlace a su publicación original, y mi traducción al español abajo.



Estimada Kjersti,


(…) En la selva amazónica es donde nos conocimos y compartimos tantas aventuras, estoy segura de que lo recuerdas, y ahora, mirando hacia atrás, debo decir que fue la cumbre de mi carrera de conexión con la naturaleza y comprensión profunda de las responsabilidades que cargamos como seres humanos. Sobre eso es lo que quiero escribirte.


Todo comenzó hace mucho tiempo... Nací en una familia privilegiada durante los últimos años del apartheid en Sudáfrica. Mis padres, a pesar de su legado familiar, eran abiertos, libres y amorosos. Nuestra casa estaba en un pueblecito llamado Irene, en una parcela de tierra con mucho espacio exterior para perderse. Lo más importante que creo que hicieron mis padres fue pasar tiempo en casa durante nuestra primera infancia, seguir el ritmo natural (lento) de la vida, y concedernos libertad para seguir nuestro propio camino, a pesar del riesgo de secuestro, asesinato y crimen organizado en la zona en aquellos tiempos. Los días familiares eran principalmente al aire libre, inmersos en actividades sencillas como jugar, explorar, hacer música, jardinería, picnics o simplemente estar. Empecé la escuela a los 5 años.

Siempre conservaré los momentos de auténtica conexión con la naturaleza que me han proporcionado tanto durante la vida; de esos momentos he cosechado sentimientos de maravilla, fe, valentía, certeza, amor, empatía, plenitud y muchos otros que me han permitido comprender mi sitio y mis sentimientos en mis 36 años de vida. Es cierto que, de muy joven, tuve el gran privilegio de vivir experiencias transformadoras paseando por el Parque Kruger, despertándonos de madrugada para salir a avistar animales, absorbiendo vistas espectaculares de grupos de elefantes, ñus, jirafas y, de vez en tanto, un majestuoso leopardo, barriendo la sabana. Estos fueron mis momentos de amor a primera vista, de descubrir mi propósito en la vida. Pero, los momentos de auténtica conexión de los que te hablaba, fueron (y siguen siendo) instantes cotidianos más humildes, como la emoción de esconderse en medio de los arbustos, la sensación de ir a deambular por un campo y nadie no saber dónde estoy, la aventura de hacer un fuego y contemplar nuestro poder, el placer de devorar un mango tumbado en la hierba con jugo goteando por el cuello o el disfrute de mirar hacia el cielo e imaginar animales en las nubes.



Puedo confirmar lo que dicen los expertos: sólo retenemos el 5% de lo que aprendemos teóricamente, pero conservamos, de por vida, el 100% de los sentimientos que experimentamos a través del aprendizaje activo.


Durante mi adolescencia viví en la Barcelona rural, el lugar donde mi padre decidió que continuaríamos nuestra aventura vital. Desde allí me aventuré a la región amazónica del Ecuador para terminar trabajando junto a veterinarios, el Ministerio de Medio Ambiente de Ecuador y muchos voluntarios excepcionales (como tú, Kjersti), para intentar ayudar a aquellos animales salvajes de los que me había enamorado. Mi verdadera pasión y devoción por los animales salvajes me llevó a trabajar con personas y organizaciones más que nunca, así como intentar comprender el poder humano y el potencial de hacer cambios. Mi aprendizaje más firme fue convivir y trabajar con comunidades amazónicas y, después de muchas caídas y levantadas, descubrir cómo defender propuestas justas en armonía con su forma de vivir, intereses y necesidades. Pasé mucho tiempo rodeada de niños de estas comunidades, que me enseñaron más de lo que puedo expresar con palabras. Su sencillez, entusiasmo, creatividad, ingenio, felicidad y agilidad me han marcado de por vida; y con ellos es donde nació Wild Me - mi propósito de vida actual.




En 2012 me volví a instalar en la Barcelona rural después de 10 años en Ecuador, y comenzó mi carrera profesional para acompañar a niños. Bueno, comenzó en el momento que vi niños caer de las sillas en la escuela. Trabajaba enseñando inglés a niños pequeños y también tuve un hijo propio que me puso en contacto con muchos grupos y actividades familiares. Y me sorprendió lo que vi. Niños que caen sobre sus propios pies, que no pueden nombrar animales y plantas salvajes que viven en su entorno, padres que controlan todos los movimientos de sus hijos, niños con un sistema inmunitario bajo, obesidad infantil, una juventud cada vez más medicada... por citar algunos. Empecé a leer sobre el desarrollo de la infancia y la necesidad de jugar al aire libre, y me di cuenta que todo lo que tenían los niños amazónicos era lo que les faltaba a los niños de aquí. Por lo que pude distinguir, los "pobres niños" ya no eran aquellas personitas de la selva descalzos y no escolarizados. Ahora los menos afortunados eran nuestros niños europeos educados, que tienen de todo, pero no tienen lo más importante. Libertad, autonomía, juego activo en la naturaleza, una dieta sana, vida en comunidad, tiempo familiar, tiempo para aburrirse...



Aquí en Cataluña, la infancia que conocíamos (no hace mucho, digamos en los años 80 y 90) la de las aventuras al aire libre, correr, trepar a los árboles e investigar calles y rincones abandonados, se ha convertido en algo que muchos de nosotros no reconocemos. Un número importante de cambios se han combinado para formar la tormenta perfecta. Nombraré sólo algunos.


Vidas ocupadas. Los padres se basan en actividades estructuradas y nuevas tecnologías para gestionar su tiempo. En Cataluña es habitual que al menos uno de los padres trabaje hasta las 7 o las 8 de la tarde, si no los dos.


Jardines se han convertido en balcones, los parques en espacios de hormigón o carreteras. Vemos muy pocos espacios de juego verdes para niños dentro de ciudades y pueblos, y los terrenos abandonados se consideran sucios y peligrosos. Además, las familias ya no pasan tiempo en las plazas y calles como antes. ¡No tienen tiempo!


Miedo por la seguridad de los niños. La mayoría de padres tienen lo que los expertos llaman el síndrome del hombre del saco. Los padres sienten la necesidad de proteger a sus hijos de los supuestos peligros de la calle. Aunque soy partidaria de proteger a nuestros hijos, ¡ojo con la sobreprotección! Amplios estudios y datos niegan muchas de estas supuestas amenazas. Afirman que las calles se han vuelto más seguros para los niños. Más bien, enseñar activamente a los niños a vigilar comportamientos que puedan ser amenazas les hará más seguros, más capaces de defenderse si es necesario, mientras que mantenerlos en casa les hará vulnerables y desamparados ante posibles amenazas.


Otros problemas que afectan a nuestras generaciones futuras y que tienen soluciones sencillas son:


El sobre saneamiento de los espacios de las guarderías y escuelas. Acentuados por la actual crisis sanitaria, las guarderías y las escuelas están muy desinfectadas. ¿Sabías que, para combatir la falta de exposición a los microbios, algunos centros inyectan microbios beneficiosos necesarios en los arenales y los espacios de juego?! Los espacios de juego con verde y tierra orgánicos y las plantas locales son vitales para que los niños desarrollen un sistema inmunitario saludable. Lo ideal es llevar a los niños 5 días a la semana a jugar en un espacio natural, pero transformar los parques infantiles en espacios orgánicos verdes ha demostrado beneficiar el sistema inmunitario de los niños urbanos tanto como las excursiones por la naturaleza salvaje.


Desconexión de las fuentes de alimentos. La conexión con la vida agrícola sigue desapareciendo y la mayoría de las familias comen alimentos envasados ​​y procesados. Los niños tienen una dieta pobre, no acceden a los productos locales y no son conscientes de dónde vienen los alimentos y cómo consumir de manera más saludable en el futuro. Es imprescindible llevarlos a la naturaleza y al entorno rural.


Y luego está la ignorancia; el hecho de que, en general, los mismos padres no conocen las zonas boscosas verdes cercanas a sus pueblos y ciudades, así que no van. Y estoy hablando de espacios verdes que en la Cataluña rural son accesibles, seguros, biodiversos y magníficos. Pero las familias se quedan en el interior y sus hijos tienen un estilo de vida sedentario conectados a sus dispositivos y una desconexión de la naturaleza a la edad adulta, que crea una tendencia preocupante para el futuro de la conservación, la economía y la salud y el bienestar de nuestras comunidades. Para amar algo, tienes que conocerlo.


En conclusión, deberíamos hacer todo lo posible para fomentar las actividades familiares en la naturaleza y el movimiento emergente de lo que se llama educación vivencial. Se ha demostrado que los programas escolares que utilizan el terreno que hay alrededor de las escuelas y los que tienen patios escolares verdes o regenerados con plantas autóctonas aumentan el rendimiento de los niños en la escuela y la atención en el aula. Este tipo de escuela, que utiliza espacios verdes e incorpora el tiempo al aire libre en la jornada escolar, es la excepción de la norma, pero debería ser la norma. De igual manera debería haber una mayor interacción entre las organizaciones ecologistas, las zonas naturales y los santuarios de vida salvaje y las escuelas.



Nuestra propuesta con Wild Me es volver a conectar las familias con sus entornos naturales cercanos y promover espacios escolares y de juego más saludables, accesibles a todo el mundo. Me gusta pensar que lo que hacemos es dar a los niños una infancia parecida a la de los niños en la Amazonia.


Los cambios son simples, los daños bajos y los beneficios para todos.


Espero verte pronto algún día Kjersti, y que la naturaleza te acompañe.


Gloudina

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